Releyendo un viejo libro de Feng Shui he recordado dos cosas que, aunque aparentemente no guarden ninguna relación, no se pueden comprender la una sin la otra.
La primera es que en mi vida alterno etapas espirituales e idealistas con otras en las que soy un monstruo complaciente. La transición de una época a otra es completamente repentina e irrevocable, por lo que suelo deshacer lo que me propongo. Y así es como lo he intentado todo pero nunca he conseguido nada.
Quise ser cristiano, pero me quede en el catequismo. Quise ser tántrico, pero nunca me atreví a eyacular hacia dentro. Quise reinstaurar la Republica, pero no pase de sacar su bandera en el valle de los caidos. Quise salvar vidas animales haciéndome vegetariano, pero me vendí a los 6 meses por una empanadilla de atún. Quise ser budista, pero me quede en los libros. Quise que el Feng shui rigiese mi vida doméstica, pero no pasé de trazar el mapa bagua de mi habitación. Quise ser comunista, pero no pase de leer su manifiesto. Quise manifestarme contra las peleterías y los taxidermistas, pero me quedé en las amenazas. Quise parar la guerra en Irak y ahora no se ni lo que sucede allí. Quise revelarme contra los cánones de belleza establecidos, y me acabo de poner innecesariamente a dieta.
La otra es que los armarios de los dormitorios y las cómodas suelen acumular un exceso de prendas, complementos y demás objetos (qué me van a contar a mí) que restringe el movimiento armonioso del chi por la habitación y por la vida en general. Recomiendan revisar lo que llaman “focos de abundancia” y deshacerse de lo que no necesites. Según este principio, cuanto más espacio liberes, más liberado te sentirás tu mismo, y por lo tanto estarás más abierto a todo.
Al leer esto fui corriendo hacia el armario de mi piso de estudiantes para ver en que estado se encontraba. Estaba bastante ordenado. Sentí un alivio que sólo me duro unos segundos, el tiempo suficiente para un
flashback:
Mamá:
A ver cuando ordenas tu armario, que se viene las cosas encima cuando lo abres.Yo:
Pa qué lo voy a arreglar si no lo uso desde que vivo en Málaga. Dejalo así que cuando vuelva otra vez lo arreglaré.
Ahí estaba el verdadero problema. ¡El armario de mi casa no me deja seguir adelante! Él me ha convertido en ese monstruo complaciente contra el que lucho.
El caos privado, dice el libro, es
tan devastador como el caos público. Claro, ese caos es el que explica que de antitaurino pase, en cuestión de días, a defender la tauromaquia, o que de no comer paté de oca por los métodos abusivos que usan para su obtención pase a devorarlo porque,
total, si se van a morir igual.
Ya me he cansado. Este fin de semana, en cuanto llegue a casa, arreglaré el armario para que la buena energía vuelva a fluir, y con ella se renueven mis buenas intenciones.
Animo a todo el mundo a arreglar sus armarios, ya sea para deshacerse de lo que no necesita o, como haré yo, para recuperar viejos ideales que se perdieron entre tanto desorden.